“Leer y escribir es lo primero que hay que aprender para aprender todo lo demás”.
Felipe Garrido.
La promoción de la lectura en la escuela: algunas experiencias
Rodrigo Diego Rivera Hernández.
Mi primera experiencia como promotor de lectura sucedió hace seis años. En ese entonces, en Arte para Despertarte A.C., organización sin fines de lucro para la que todavía laboro, nos habíamos propuesto realizar un proyecto de promoción de la lectura en escuelas rurales del municipio de Tulancingo, Hidalgo. Después de visitar varias escuelas y de analizar las posibilidades de intervención que podríamos tener en cada una, decidimos empezar nuestra labor en una escuela rural multigrado ubicada en una comunidad del mencionado municipio denominada como Barrio de Otontepec.
La escuela primaria Juan Rulfo —nombre ideal para iniciar un trabajo de promoción lectora— contaba con apenas cuatro aulas: una donde estudiaban los niños de primaria baja con su respectivo profesor, otra donde estudiaban los niños de primaria alta con el otro profesor, una que era ocupada como oficina de los maestros y hacía la veces de biblioteca, y una más que era utilizada como cocina-comedor.
Con casi nula experiencia y muchas inseguridades, durante mis primeros pasos en la Primaria Juan Rulfo fui topándome con muchas sorpresas, pero una fue la que más me llamó la atención pues iba totalmente en contra de mis expectativas: hacer que los niños se acercaran a los libros era una tarea relativamente sencilla. Por ejemplo, después de realizar una lectura en voz alta medianamente bien hecha (lo digo así porque considero que con los años he mejorado mis habilidades como lector en voz alta), los niños, particularmente los de primaria baja, a pesar de no contar con muchos libros a su alrededor en su día a día, sentían una gran curiosidad por éstos: recorrían con paciencia, sorpresa e interés sus páginas, formulaban preguntas, hacían comentarios de sus ilustraciones e incluso repetían en voz alta algunos de sus textos. A pesar de haberlos tenido escasamente presentes en su cotidianeidad, los libros eran para ellos un auténtico motivo de asombro.
La experiencia que fui ganando con el paso de las semanas, me permitió ir desarrollando confianza, mejorando mis habilidades como lector en voz alta e ir diseñando nuevas actividades para hacer con los niños.
Uno de esos días, sucedió algo que le dio un vuelco por completo al proyecto y a mi propia comprensión de lo que estaba haciendo. Después de haber realizado una lectura en voz alta y una actividad de mediación a la que los niños habían respondido particularmente bien, los invité a que aprovecharan su recreo, que estaba por iniciar, para que le echaran un vistazo a los libros que tenían en su pequeña biblioteca (que como dije, era también la oficina de los profesores y el espacio donde comían durante los recreos). Varios niños respondieron con entusiasmo a mi invitación, dispuestos a elegir un libro con el cual pudieran convivir durante los próximos 30 minutos. Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta de que los profesores, al percatarse de la presencia de los niños en la oficina-biblioteca, les dijeran en tono imperativo: «Es el recreo. No es momento de leer, váyanse a jugar».
A partir de entonces, llegamos como organización a la conclusión de que si queríamos hacer un trabajo de promoción de la lectura más completo, debíamos hacer todo lo que estuviera en nuestras manos para sensibilizar, concientizar y capacitar a los profesores como promotores de lectura, algo que, desafortunadamente, no forma parte de su formación como docentes.
El trabajo desde entonces ha sido un largo e inacabado proceso de aprendizaje pues, bien lo sabe todo aquel que ha tenido la oportunidad de estar vinculado a los libros y a la educación, uno nunca termina de aprender. A lo largo de todos estos años, he tenido la fortuna de hacer trabajo de mediación con un gran número de autoridades escolares, padres de familia y niños. Sin embargo, es con maestros de educación primaria con quienes he tenido las mayores satisfacciones realizando mi labor, aunque, he de decirlo, también las mayores decepciones.
En términos generales, mi experiencia con los profesores que ya eran lectores —requisito indispensable para invitar a otros a las filas de la lectura—, ha sido la de establecer una rápida conexión, producto del interés común en los libros. Aunque he disfrutado y he aprendido mucho de ellos, desarrollando incluso lazos de amistad con algunos, probablemente las experiencias más felices que he tenido trabajando con docentes se han dado con aquellos que, carentes del hábito lector, han sido lo suficientemente humildes para reconocerlo y, a partir de procesos de sensibilización, han puesto en marcha procesos de encuentro o reencuentro con su propio disfrute como lectores.
Con estos dos tipos de maestros, el trabajo ha sido extraordinariamente enriquecedor, pues se han generado dinámicas de aprendizaje mutuo: por una parte, he sido un afortunado testigo de la mejora de sus prácticas docentes frente a sus grupos, lo que ha implicado un gusto por la lectura más generalizado entre sus alumnos; por otra, yo mismo he enriquecido mi propia experiencia como mediador de lectura, aprendiendo de sus prácticas docentes y comprendiendo cada vez mejor cómo funciona la lectura en el contexto de la escuela, con sus problemas y oportunidades.
Para concluir con el tema de los profesores, debo mencionar algo que no suele mencionarse en esta clase de textos pero que es una realidad de muchos de los que nos dedicamos al tema: a lo largo de toda mi labor como promotor de lectura y mediador, también me he topado con un gran número de maestros a los que, por su falta de interés o mi falta de destreza, no he logrado entusiasmar ni convencer para conectarse con la lectura. Ello, no obstante ha implicado situaciones frustrantes para mí, también ha sido una fuente de retos, oportunidades y motivación para continuar preparándome.
Leer, ¿para qué?
Leer es como escuchar hablar a un sabio, quien conocedor de la naturaleza humana, es capaz de advertirnos sobre las debilidades y peligros de la naturaleza de los demás, y de la nuestra. Si somos lo suficientemente conscientes y valientes, tomaremos las palabras del sabio para mejorar nuestra vida. Pero también podemos optar por cerrar oídos a las palabras del sabio. Por eso los libros no necesariamente hacen mejores a las personas.
Leer es tener la posibilidad de incrementar nuestra experiencia de vida, a través de las experiencias de otros.
Leer es tener el privilegio de comprender que las posibilidades de la vida son tan amplias como el tamaño de nuestras experiencias, nuestros conocimientos y nuestra imaginación. Es saber que hay otros mundos posibles y que es posible transformar nuestra vida para acceder a ellos.
Leer es tener la posibilidad de aprender a ser empáticos por medio de la comprensión de lo que los demás viven, piensan o sienten.
Leer es tener al alcance de nuestra mirada la posibilidad de conocer nuestro pasado, para aspirar a un mejor futuro.
Leer es tener la posibilidad de observar la realidad con más claridad.
Si asumimos que leer implica esto y muchas cosas más, comprenderemos que la lectura es una herramienta que transforma a quien la practica, poco a poco y desde dentro, y que por lo tanto, es capaz también de transformar comunidades enteras.
Por todo lo anterior y para concluir, basado en mi experiencia como promotor y mediador de lectura, me permito plasmar algunas conclusiones que tienen que ver con la importancia de que la escuela sea la fuente principal de lectores.
1. Interesar a los niños en la lectura, si bien no se logra siempre, es algo posible incluso en los contextos más difíciles. En el peor de los casos, si no es posible formar lectores apasionados, al menos deberíamos aspirar a formar lectores competentes.
2. Ante la escasez de hábitos lectores en nuestra sociedad, los maestros de todos los niveles, pero en particular los de nivel básico y medio, son los agentes sociales más indicados para promover el gusto por la lectura y;
3. Es menester no solo sensibilizar y capacitar a los profesores en estrategias más gozosas de lectura y escritura, sino formarlos en ellas. De no hacerlo así, será cada vez más difícil revertir la inercia de ser un país de escasos lectores, con todas las implicaciones sociales que ello tiene.
Ciudad de México, febrero de 2021.